En mi habitación, miro el cielo gris, observo como se deslizan las gotas de agua en mi cristal empañado, mientras escucho pasar los segundos a través de el ruido de las manecillas del reloj, esas manecillas que se clavan como puñales porque no estás a mi lado. ¡Maldito reloj, algún día le quitaré las pilas! -Me digo mentalmente. Miro la hora, las cinco de la tarde, será mejor que vaya preparándome para salir. Pero antes... miro el móvil, no tengo mensajes suyos, y, una voz en mi cabeza me grita: ¿Por qué sigues creyendo que te hablara? Cierto, soy una estúpida. Me meto inmediatamente en la ducha, escucho la radio de fondo, ¡Maldita radio, te odio tanto como al reloj! Mi madre y su manía de poner esa odiosa emisora. Entre quejas, lamentaciones y agobio, me doy cuenta que sigue pasando el tiempo, y, que como siga en la ducha, voy a llegar tarde. Dicho y hecho, dejo que los últimos chorros de agua me golpeen en la cabeza, cierro el grifo y salgo de la ducha. Abro mi armario, me siento en la cama y trato de elegir que ropa voy a ponerme. Está lloviendo, lo mejor será optar por una sudadera, vaqueros y botines. Me seco el pelo lo más rápido posible cuando, de repente, escucho el telefonillo... ¿Ya son las seis? Como de costumbre se me ha echado el tiempo encima. Escucho desde lejos el sonido del whatsapp, ¿Será él? Voy corriendo a por el móvil: ¡Baja ya! La voz de mi cabeza vuelve a gritarme, sin echarle mucha cuenta, salgo a la calle.
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Las doce de la noche, voy a dormir, quizás mañana será otro día. Sonrío débilmente y mi cristal ya no está empañado, pero sí mis ojos. Espera, ¿Qué es eso? Ah sí, las manecillas del reloj ¡Malditos segundos sin ti!